Y el observaba su
cuerpo en silencio, sin despertarla.
Miraba
detenidamente sus ojos cerrados, su tierna cara dormida, la sensualidad de su
boca, su cabello suelto y extendido por su piel. Y así, reseguía con la mirada
sus hombros, su espalda, sus delicadas curvas… se detenía en su cintura y a
continuación, deslizaba a paso lento su mirada por sus piernas hasta sus pies y
volvía al punto de partida para volver a hacerle el amor con la mirada. Era
preciosa. Era lo que tanto había esperado. Sus ansias por
hacerla feliz le recorrían el alma ocasionándole grandes chispazos de alegría. Sonreía inevitablemente mientras
ella dormía. Su aroma le drogaba los sentidos haciéndole alcanzar una felicidad
total.
Comprendió que
nada le hacía más feliz que escucharla respirar, a su lado, sentir su calor y
sus latidos y saber que esta vez ya sólo tenía que esperar a que ella se
despertara, para decirle con los ojos brillantes que desde el primer rayo de
luz de aquella mañana, se había dado cuenta de que la había encontrado, al fin...
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